La Plegaria más Grande

La imaginación es el comienzo de la creación. Tú imaginas lo que deseas y luego crees que es verdadero. Cada sueño podría ser realizado por aquellos suficientemente autodisciplinados para creerlo. Las personas son lo que eliges hacer de ellas; un hombre es de acuerdo a la manera en que lo miras. Debes mirarlo con ojos distintos antes de que objetivamente cambie. “Dos hombres miraban a través de los barrotes de la prisión, uno miraba el lodo y el otro miraba las estrellas.” Hace siglos, Isaías preguntó: “¿Quién es ciego sino mi sirviente, o sordo como el mensajero que envié?” “¿Quién es ciego como él que es perfecto, y ciego como el sirviente del Señor?”. El hombre perfecto juzga no por las apariencias, sino que juzga correctamente. Él ve a los otros como él desea que sean; él escucha sólo lo que quiere escuchar. Él ve sólo el bien en otros. En él no hay condenación pues él transforma el mundo con su ver y escuchar.      

“El rey que se sienta en el trono, disipa el mal con sus ojos.” La compasión por las cosas vivientes – de acuerdo con las limitaciones humanas– no está en la consciencia del rey, porque él ha aprendido a separar sus falsos conceptos de su verdadero ser. Para él la pobreza no es sino el sueño de la riqueza. Él no ve gusanos, sino pintorescas mariposas a punto de nacer; no ve invierno sino el verano dormido; no ve hombre en necesidad sino Jesús dormido. Jesús de Nazaret, quien disipó el mal con sus ojos, está dormido en la imaginación de todo hombre, y desde su propia imaginación el hombre debe despertarle afirmando subjetivamente “Yo Soy Jesús.” Entonces y sólo entonces él verá a Jesús, porque el hombre sólo puede ver lo que está despierto dentro de sí mismo.

El vientre santo es la imaginación del hombre. El santo niño es ese concepto de sí mismo que se ajusta a la definición de perfección de Isaías. Atiende bien las palabras de San Agustín, “Demasiado tarde te he amado, pues mira tú estabas adentro y fue afuera que te busqué.”  Es a tu propia consciencia a la que debes volverte como la única realidad. Ahí, y solo ahí, despiertas aquello que está dormido. “Aunque Cristo naciera mil veces en Belén, si Él no nace en ti, tu alma está desamparada.”     

La creación está terminada. Tú llamas a tu creación a ser, sintiendo la realidad del estado que convocas. Un estado de ánimo atrae sus afinidades, pero no crea lo que atrae. Como el sueño es llamado sintiendo “Tengo sueño”, así también Cristo Jesús es llamado sintiendo “Yo Soy Cristo Jesús.” El hombre sólo se ve a sí mismo. Nada le sucede al hombre que no sea de su propia naturaleza. La gente emerge de la masa traicionando su inmediata afinidad con sus estados de ánimo en tanto se engendran. Los encuentras aparentemente por accidente, pero descubre que son íntimos de tus estados anímicos. Debido a que tus estados de ánimo continuamente se externalizan a sí mismos, podrías profetizar a partir de ellos que tú, sin buscarlo, te encontrarás con ciertos personajes y con ciertas condiciones. Por eso, llama a ser al perfecto, viviendo en el sentimiento “Yo Soy Cristo”, pues Cristo es ese concepto del ser a través del cual pueden ser vistas las realidades no reveladas de la eternidad.

Nuestro comportamiento es influenciado por nuestra asunción subconsciente respetando nuestro propio rango social e intelectual y el de aquel a quien nos dirigimos. Busquemos y evoquemos el mayor rango, y el más noble de todos es ese que desviste al hombre de su mortalidad y le viste de soberana gloria inmortal. Asumamos el sentimiento “Yo Soy Cristo”, y todo nuestro comportamiento cambiará sutil e inconscientemente de acuerdo con esa asunción.

Nuestras asunciones subconscientes continuamente se externalizan a sí mismas de modo que otros puedan conscientemente vernos como nosotros nos vemos subconscientemente a nosotros mismos, y nos dicen por sus acciones lo que hemos asumido subconscientemente que somos.

Por eso, asumamos el sentimiento “Yo Soy Cristo”, hasta que nuestra declaración consciente se vuelva nuestra asunción subconsciente de que:

“Todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados en la misma imagen de gloria en gloria”. [ 2 Corintios 3:18]

Dejemos que Dios despierte y que sus enemigos sean destruidos. No hay plegaria más grande para el hombre. 

Fin

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